21 de agosto de 2017

Un ejercicio creativo...

...que no quería dejar archivado tristemente por ahí para más nunca volver a tocarlo.

Algo que realmente no pensaba dejar al público, pero no me molestó para nada el resultado. Y como casi nadie me lee ya, pues, no va a pasar nada. Medio marica la cuestión pero no es bueno dejar pasar esos momentos de inspiración.

Nada vale, quise escribir esto y ya está. No esperen una explicación muy lógica a la vaina.
Bueno, aquí va.

Imagino mi cerebro como un despacho.

En un mal momento es difícil recorrerlo, pues habrá grandes trozos de vidrios afilados y traicioneros entre la alfombra, y la tenue luz no los delatará con su brillo, pero están ahí. Lo evidencian las suelas de los buenos zapatos, que terminan raspadas pero no penetradas por los cristales.

En otros momentos, las persianas o cortinas tras el escritorio están abiertas y dejan pasar una bonita luz, que hace que las esferas en la repisa reflejen varios colores en la madera que tienen detrás. La gran silla queda oscura por la luz de afuera y hace sombra por el escritorio. Es un escritorio de madera muy oscura, clásico, de patas grandes, varias gavetas y detalles como los de una columna de orden corintio, con flores, tallos y hojas talladas que sostienen la lisa superficie.

Que es un puto desastre.

Hay algunos manchones de agua y café, y un par de rasguños, nada grave. Pero lo interesante es lo que hay encima. Un desastre extraño, y de algún modo, ordenado. Documentos lleno de post-it rojos en un intento de clasificar cada cosa, varios engrapados o sostenidos con simples clips negros, evidentemente revisados recientemente y dejados allí cerca, por si acaso.

Debajo del obvio trabajo en proceso hay dos papeles, uno rojo lleno de exclamaciones y tareas importantes, y otro amarillo muy parecido, apenas asomándose.

Un reloj de arena sirve como pisapapeles de una pila de tamaño considerable de papeles con bosquejos e ideas simplemente garabateadas. Se comprende fácilmente el proceso. Se toma un garabato, se transforma en un documento más fácil de interpretar, y finalmente se archiva. Junto al escritorio en un archivador transparente y semiabierto hay otros documentos sostenidos con clips y post-it encima. Tiene unas letras negras que lo identifican: "Proyectos". Debajo de éste hay otro archivador, opaco, negro, con un identificador de letras grises.
"Desechados"
Es grande, pesado. Hay una destructora de papel al lado, pero no se ha usado sino un par de veces.
Y yo que me quejo de mi padre y su manía de guardar cosas inútiles.

En la repisa de la pared izquierda, además de las esferas de vidrio, hay algunas estatuillas. Un dragón, varios pastores alemanes en plena carrera, un lagarto gigante, un pulpo, una araña, un Nazgûl, un par de sirenas... Simples criaturas, pero talladas hermosamente.
En otro nivel de la repisa hay estatuillas de seres humanos. Exploradores, magos, gladiadores, druidas. También un asesino serial, un hacker, un aburrido hombre de negocios, una chica con libros en las manos, un niño lleno de acné, un par de hermanos peleando. Modelos básicos de personajes.

Hay una biblioteca. En la parte derecha de todos los niveles hay libros ordenados por orden de grosor o tamaño. La parte izquierta tiene simples carpetas de papel.

La alfombra es blanca y suave, ocupando una pequeña estancia frente al escritorio y tapando el piso de madera pulida roja. La acompaña un mueble sencillo y cómodo y un par de sillas acolchadas que combinan. En las paredes hay cuadros de lo que en ese momento esté pasando por mi cabeza o mi obcesión del momento. Una lista de canciones, la imagen mental de un personaje, algun collage que sea la base de una futura idea...

Ah, y claro. El cuadro frente a la pared del escritorio, sobre una pequeña chimenea de metal.

El cuadro de nosotros sonriendo.

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